Colegio Gil-Díaz: la vida de lo inerte

Una lectora de Aquí Tetuán, vecina de Valdeacederas, nos ha enviado esta hermosa carta dedicada al colegio donde pasó su infancia y vida laboral, el Gil-Díaz, que cierra sus puertas tras 54 años de historia en el Distrito de Tetuán.

Por Ana Gómez Salcedo

Siendo una niña, mis maestros me enseñaron que en la naturaleza existe una diferencia básica entre las cosas y los seres, entre lo vivo y animado, y lo que no tiene alma.
Es la voluntad de aquel que sueña la que permite que a las piedras y ladrillos se les insufle un hálito de vida, la que permite que llevemos los muros al bautismo, y podamos en un instante, convertir los nombres comunes, en propios, adquiriendo en ese momento una vida real y absoluta para quienes comparten su vida con ellos. Es el caso de nuestro pequeño gran Colegio Gil-Díaz.

Comenzando con una sola clase, regentada por una joven maestra que estrenaba título e ilusiones, un edificio situado en la calle Sorgo, en el madrileño distrito de Tetuán, se convirtió en escuela. Esa mujer se llamaba Teresa Díaz Antón, y en un día de septiembre de 1957, los muros de aquel edificio tomaron nombre.
A Teresa se le unió Santiago Gil, y entre los dos, primero compañeros y matrimonio después, comenzaron esta andadura que ha durado 54 maravillosos años, dando como fruto la formación escolar y personal de centenares de alumnos que han llegado a pertenecer a todo tipo sectores laborales: médicos, mecánicos, albañiles, periodistas, maestros, economistas, conductores…
Reza el himno de La Salle “que no hay edificio más alto, ni más grande que una escuela”, veremos. Mi escuela es bastante menuda, tanto que puede pasar desapercibida enclavada en una calle cortada y tras sus puertas metálicas de color rojo inglés. Sobre el dintel puede leerse un rótulo que anuncia:

“GIL-DÍAZ.
COLEGIO CONCERTADO
EN INFANTIL Y PRIMARIA”

Colegios concertados Tetuán

Colegio Gil Díaz en Tetuán. Foto: Ana Gómez Salcedo

Esas pequeñas puertas han franqueado el paso, hasta hace pocas fechas, a muchos centenares de alumnos y a un buen puñado de maestros. En todos los rincones, escaleras, pasillos y sobre todo, aulas, habitan los ecos de todos ellos. Los ecos de un sinfín de lecciones entregadas y aprendidas, el eco de las risas, las chanzas, las carreras en los patios, el “sile nole” del cambio de cromos en el recreo, las conjugaciones de los verbos en la clase de francés con Don José y el canto de las tablas de multiplicar con Don Felipe.

Estas pequeñas puertas, como digo, han dado paso asimismo a profesores, los maestros de nuestra niñez que nos han transmitido todo lo que sabían de la mejor manera que han podido, perfecta a mis ojos, y que un buen número de alumnos retenemos en nuestra memoria como símbolo de una infancia añorada y feliz. Maestros que entre ellos han llegado a formar un vínculo reducido, especial, con la complicidad del familiar que se conoce desde siempre y podría adivinar con los ojos cerrados la reacción de unos y otros ante cualquier vicisitud.

El Gil-Díaz ha albergado estos vaivenes de almas e historias en silencio, impregnándose de vida desde sus cimientos, y haciendo que todos y cada uno de los que hemos compartido el paso del tiempo con él hayamos sentido la llegada a un segundo hogar cuando atravesábamos sus puertas para comenzar un nuevo día. Se ha hecho un lugar en nuestra mente y nuestro sentir diario de una manera especial, única, y difícilmente olvidable, porque para muchos de nosotros han sido los años más felices que hemos pasado en nuestra infancia, y para los que hemos tenido la grandísima suerte de trabajar en él, también de nuestra vida laboral.

El quehacer allí ha sido constante, dedicado, en ocasiones difícil, pero siempre ilusionante, familiar, con conocimiento de las circunstancias de cada alumno y siempre con ellos como protagonistas. No ha sido un centro con grandes recursos, pero nunca han faltado las ganas de trabajar y poner cada uno su granito de arena para seguir hacia adelante. Muchas mejoras y detalles del interior del colegio se han ido logrando poco a poco con la ayuda de todos. Las paredes de las aulas emanan parte del espíritu de cada tutor, que las han acompañado en determinados casos hasta más de 20 años.

54 otoños han pasado. Y como manda nuestra madre naturaleza desprovista de cualquier tipo de sensibilidad, todo ser al que se le ha otorgado el milagro de la vida tarde o temprano tiene que tener un final.

Se marcó una X de color rojo sobre un plano del Ayuntamiento. En este barrio, en esta zona, con la mala suerte de afectar a la calle Sorgo nº 68-70. Esa calle cortada donde un colegio casi pasa desapercibido salvo para, paradojas del destino, el departamento de Urbanismo. Desaparece. Se elimina como a una acera, una farola, o un parking. Claro que no se tiene conocimiento de las verdaderas consecuencias de estos actos. Se desconoce que nos arrancan una parte de nosotros y nos dejan como al desahuciado sin un hogar al que volver, nos arrebatan algo de un enorme valor en nuestra vida, una referencia diaria, y algunos nos preguntamos qué vamos a hacer ahora con esa llave sin su cerradura que abrir.

Este curso ha sido el último del que hemos disfrutado, y tras el mes de agosto se cerrarán sus puertas definitivamente. Esas puertas de color rojo inglés tras las que yo he esperado con mis compañeros todas las mañanas de diario durante 12 años, esa puertas que permanecerán inalterables en mi memoria pese a que las máquinas se las lleven por delante, y ante los ojos de un operario completamente ajeno a la barbarie que está llevando a cabo. Finalizó el plazo para desalojar, y aunque poco material queda ya en su interior, es imposible no sentir que algo permanece tras sus muros, algo que ha sido imposible introducir en nuestras cajas de mudanza: la ilusión puesta en la creación de cada cenefa en el pasillo, y las risas entre compañeros mientras pintábamos y mejorábamos sus muros aquellos primeros días de septiembre, el esfuerzo en la organización de la biblioteca, el entusiasmo puesto en el mural lleno de mariposas y globos del patio, la dedicación en los festivales de fin de curso… Tantas, y tantas vivencias dejamos dentro de él…

Se derriba un pequeño gran colegio.

Has dejado tu honda huella en nosotros, has conseguido aportar más “vida” a cada una de las nuestras, y cuando caigas nos quedará ese “alma” que has compartido con todos durante 54 años y que a su vez es ya un poco nuestra.

HASTA SIEMPRE GIL-DÍAZ

Ana Gómez Salcedo

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3 Comments

  1. Aqui Tetuan CÉSAR 18 junio, 2012
  2. Aqui Tetuan Belkis 9 abril, 2012
  3. Aqui Tetuan Davidbuitron :) 21 febrero, 2012

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